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ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016
AÑO III - Nº 10 - JUNIO 2018
través del juego
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, por lo de que de-
biera focalizar su atención hacia el
juego. A este respecto se pronuncia
Rousseau de la siguiente manera:
«
Hombres, sed humanos, que es
vuestra obligación primera; sedlo
con todos los estados, con todas
las edades, con todo cuanto es
propio del hombre. ¿Qué saber ten-
dréis fuera de la humanidad? Amad
la infancia; favoreced sus juegos;
sus deleites, su amable instinto
».
Podemos ver, por tanto, la forma
en la que para Rousseau la impor-
tancia del juego en el desarrollo del
niño va pareja a su verdadera natu-
raleza infantil.
Debesse (1969), a propósito de
Rousseau, describe las notas esen-
ciales de la infancia. En todas ellas
se aprecia un elemento común:
• La infancia es una realidad esen-
cial y psicológica definida, con
maneras características de razo-
nar, sentir y actuar, formas que se
expresan de modo evidente en el
juego.
• El niño no debe de ser sólo un
aprendiz de adulto. La infancia es
una etapa decisiva de la vida con
peculiaridades propias, entre las
que destaca el juego como forma
de expresión y relación con la
realidad, y por ello ha de ser, en
este sentido, considerada, respe-
tada y protegida.
• La bondad define el estado infantil
y la educación debe cultivarla me-
diante el juego y tratar de que no se
marchite.
• La infancia es una etapa de la vida
que requiere un tratamiento educati-
vo lúdico específico para desarrollar
sus potencialidades y recursos.
• Los educadores han de conocer es-
tas características de la psicología
de los niños en edad infantil, y de-
fenderla, para realizar eficazmente
su tarea.
En efecto, si hay algo por lo que
se caracteriza la infancia, qué duda
cabe que ese algo característico es
lo lúdico. La madurez de la infancia
sólo puede llevarse a cabo median-
te el juego.
Kant y el juego
Por otra parte, y como adelanta-
mos, el juego encontró también su
hueco en la filosofía crítica kantia-
na. ¿Qué idea sobre el juego nos
ofrece Kant en consonancia con su
filosofía crítica?
Para Kant hay realidades que no
pueden comprenderse ni por medio
del entendimiento ni por medio del
juicio moral. Estas realidades son
bellas per se. El concepto “bello”
puede aprehenderse por medio del
entendimiento, así como realizar
acciones bellas puede aprehender-
se por medio del juicio moral. Sin
embargo, la belleza de las cosas en
sí no es algo que pueda aprehen-
derse por alguna de esas instan-
cias. Efectivamente, es el juicio de
gusto el que hace posible la apre-
hensión de la belleza de las cosas.
El juicio de gusto es meramente
contemplativo, o sea, es un juicio
indiferente, independiente a la exis-
tencia de un objeto.
Kant señala que sólo el gusto
de lo bello es un placer desintere-
sado y libre, mientras que el pla-
cer interesado se fundamenta en
estímulos sensitivos o principios
morales. Con esta idea Kant pre-
tende defender la autonomía de lo
estético respecto a los fines teó-
ricos y fines prácticos. Dentro del
sistema kantiano, el concepto de
juego está vinculado al principio de
autonomía. El juego libre de estas
facultades es autónomo, pues no
está limitado ni por conceptos ni
por normas morales. Gracias a esa
autonomía el juego y el arte forjan
un mundo diferente y paralelo en
nuestro mundo, un mundo con una
realidad no sometida a instancias
morales ni cognitivas, un mundo
atemporal. El juego se erige, pues,
como creador de realidades en
las que el hombre se puede sentir
más pleno, evadiendo realidades
cotidianas que coartan su libertad.
Por tanto, sólo mediante el juego el
hombre es libre.
Así pues, por un lado tenemos,
pues, a Rousseau, que fundamenta
la importancia del juego en el pe-
riodo educativo de infantil; y por
otro lado, tenemos a Kant, cuya
fundamentación del juego puede
extrapolarse a cualquier periodo de
la vida académica del estudiante,
incluida la adolescencia. En cual-
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Diecisiete siglos antes ya se pronunció al respecto San Pablo en una de sus Epístolas: “cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño». (I Corintios 13, 11).