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ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016
AÑO V - Nº 18 - JUNIO 2020
dos para ser hechos mecánicamente
(cómo si una máquina fuese quien
los llevase a cabo). Pero existen
otros muchos que, bien por el ele-
vado número de variables que inter-
vienen, bien por el inmenso número
de veces que se llevan a cabo, bien
por su complejidad de ejecución, no
conducen a un buen resultado con
una cerrada sistematización.
La sistematización mejora la eficacia
de máquinas o de acciones caren-
tes de reflexión asociada (limpiar
o conducir…), porque su ejecutor
puede descargar un porcentaje de
atención, y la responsabilidad de su
éxito, en el sistema diseñado (la ac-
tividad es fácilmente simultaneable
con otra de carácter intelectual). En
el caso de las actividades reflexivas,
su ejecutor está obligado a mante-
ner la atención y conserva íntegra la
responsabilidad de controlar su des-
empeño y las consecuencias inme-
diatas y futuras del mismo (ejemplo
de estas son las de crear o enseñar).
Una exigencia de reflexión intercala-
da en un procedimiento mecanizado
muestra un grado elevado de error
no previsto (véanse los producidos
en el repetitivo montaje de menús
cerrados de cualquier popular res-
taurante autoservicio).
Si se impone la sistematización re-
petitiva de un trabajo reflexivo, el
esfuerzo destinado al cumplimien-
to de la sistematización absorbe el
tiempo y la energía de la reflexión
y, por tanto, pasa a ser causa de
continuos errores de la misma sis-
temática (multiplicidad de docu-
mentación donde repetitivos datos,
fechas, firmas… son objeto y causa
de desmotivación y continuos erro-
res). Sistematizar un trabajo simple
y mecánico, en principio, evita el
error. Sistematizar un trabajo reflexi-
vo, repetido muchas veces, no dis-
minuye sino que incrementa el error.
Si mi actividad aportadora de valor
está interrumpida por una secuencia
de repeticiones sin apenas aporte de
valor, el error se multiplicará en am-
bas facetas.
2) El registro contrastable de un
elevado número de actos (a modo
de innumerables actas y firmas).
Esto, en principio y sobre el papel,
debería de ser siempre positivo.
Pero la realidad es que, con el tiem-
po, tiene una limitada rentabilidad.
Esto se argumenta mediante un
contraste de trabajo invertido en
esta acción y los beneficios obteni-
dos de la misma. Genéricamente,
una inversión de recursos obliga a la
obtención de una contraprestación,
ya no de valor superior sino, al me-
nos, equivalente al invertido.
El beneficio de un registro no está en
su mismo acto, sino en la posibilidad
de conocer o acreditar lo acaecido en
un tiempo, lugar y circunstancias con-
cretas. Y si no fuese nunca necesario
ese conocimiento o acreditación, ese
esfuerzo no se rentabilizaría. Y aquí,
el sentido común impone la aplica-
ción de la estadística. Si se rentabiliza
(o sea, se requiere su consulta) uno
de cada cien registros efectuados, el
rendimiento es muy escaso.
Es un principio ineludible, en la opti-
mización de una actividad, el asegu-
rar siempre una mínima proporcio-
nalidad entre el esfuerzo invertido y
la rentabilidad obtenida. Es lógico,
no obstante, que se trate de un sub-
sistema deficitario, consumiendo
energía que no sea recuperada (em-
pleando recursos en exceso, no en
defecto). Pero hasta un límite pro-
porcionado. No se tiene que regis-
trar absolutamente todo, sino solo
aquello que es susceptible de cons-
tituirse en un problema en el caso de
no haber sido registrado. E incluso
así, se puede optar por medios de
registro mecánicos o informales
que no precisen de un esfuerzo
consciente. Si se opta por el regis-
tro consciente masivo, este pasa a
ser un fin en sí mismo y, por tanto, a
convertirse en el propio trabajo, pro-
duciendo (nuevamente) una equivo-
cada asignación del esfuerzo.
Si mi actividad aportadora de valor se
ve acompañada permanentemente de
la obligación de registrar toda su se-
cuenciación, esta se reducirá a la de
un continuo apunte carente de valor.
3) La medición, minuciosa y en
tiempo real, de abundantes varia-
bles identificadas dentro de la ac-
tividad de la organización (a modo
de contabilización o cuantificación
de documentos o hitos aconteci-
dos).
Esto, en principio y sobre el papel,
debería de ser siempre positivo.
Pero la realidad es que, con el tiem-
po, se evidencia como una continua
enumeración de actualizados datos
acerca de porcentajes, tasas, obje-
tivos, documentos y procesos a los
que posteriormente apenas se les
asigna aplicación. No se emplea un
esfuerzo y atención a la interpreta-
ción de los datos obtenidos propor-
cionales al empleado en su minucio-
so recuento.
Medir, detallada y permanente, varia-
bles sobre las que no exista un sen-
cillo y útil procedimiento de análisis y
aplicación, es un esfuerzo improduc-
tivo. El primer esfuerzo de tratamien-
to de variables estadísticas habría de
encaminarse a identificar los datos
mínimos (y realmente útiles) a cuan-
tificar y emplear en un posterior (y
también diseñado) protocolo de efi-
caz y ágil tratamiento (y obtención de
conclusiones). Hacerlo de otro modo
se asemeja a los rituales de un tras-
torno obsesivo-compulsivo que repi-
te y contabiliza actos o datos estériles
sin aparente sentido o utilidad.
Se mide entonces algo que se desconoce
en qué consiste, aunque de eso se des-
prenden múltiples consecuencias. La pre-
cisión en la medición de un absurdo no la
convierte en algo lógico (Eduardo, 2010).
Si los datos surgidos de mi actividad
aportadora de valor se contabilizan
sin identificar aquellos pocos real-
mente significativos, y no se ven
seguidos de un simple, ágil y pro-
ductivo análisis, esta se reducirá a
una perenne y estéril toma de datos.