6 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 34 - JUNIO 2024 la actividad educativa profesional y la actividad laboral (Flores et al., 2019). Hay que tener en cuenta que, a pesar de que las competencias están ligadas a las personas y forman parte de ellas, hasta el siglo XX no se ha estudiado con detenimiento la relación entre habilidades y empleabilidad, es decir, entre la capacitación del individuo y el tejido productivo. Desde entonces, las competencias se han ido convirtiendo en una moneda de cambio y es necesario una inversión en ellas para el desarrollo de la sociedad actual (Crespo, 2021), donde, según Alonso (2019), se pide cada vez más perfiles knowmad (nómadas del conocimiento capaz de trabajar con cualquier persona, en cualquier entorno, de manera innovadora y creativa). Este perfil pide el desarrollo de habilidades blandas como las personales, las sociales, las comunicativas, la inteligencia emocional entre otras, que permitan a los individuos conseguir objetivos y que complementan a las competencias duras. Soft skills En España existe un desequilibrio entre las competencias impartidas al alumnado mientras estudia Formación Profesional y el empleo que se desarrolla en el mercado de trabajo, puesto que tiende a evaluarse el conocimiento técnico sin una visión integral de las habilidades, las destrezas y las actitudes (Araya-Fernández y Garita-González, 2020). Los currículos de los diferentes estudios de Formación Profesional deben dar respuesta a las necesidades de cualificación globales demandadas por los sectores productivos, para lo que deben identificarse las habilidades que se requieran en cada momento, evitando los desajustes de la oferta y la demanda del mercado laboral (Crespo, 2021). Actualmente, cuando se piensa en el perfil de una persona trabajadora para un puesto de trabajo, se tiene en cuenta tanto sus habilidades blandas como sus habilidades duras, ya que ambas son clave para la formación profesional del individuo (Ramírez y Manjarrez, 2022; Araya-Fernández y Garita-González, 2020). Es importante no limitarse en el plano educativo a impartir conocimientos técnicos que responden a todo el conocimiento académico curricular obtenido durante el proceso formativo (habilidades duras), sino que también deben proporcionarse herramientas que se enfoquen en la parte emocional, permitiendo desarrollar habilidades blandas como la capacidad de comunicación, liderazgo, autocontrol, resiliencia, toma de decisiones y trabajo en equipo (Ramírez y Manjarrez, 2022; Crespo, 2021). Éstas últimas conseguirán que el profesional sea capaz de tener el control de sus emociones, mantener la calma ante situaciones de presión y tomar decisiones de manera acertada. Están directamente relacionadas con la inteligencia emocional del individuo que dispone la capacidad para aprenderlas y mejorarlas y Goleman (1999) ya las clasificaba en cinco diferentes: autorregulación, motivación, conocimiento de uno mismo, empatía y habilidad social. Actualmente, según Araya-Fernández y Garita-González (2020), algunas de las habilidades blandas más demandadas por el sector empresarial son las siguientes: gestión del tiempo, colaboración, comunicación escrita y oral con los diversos actores del sector productivo tanto dentro como fuera de la empresa y resolución de problemas. Este tipo de habilidades se evalúan por las empresas a través de las entrevistas con el uso de coaching o con preguntas para analizar respuestas en situaciones reales. Por todo ello, la fase formativa debe asegurar no solo la preparación técnica e intelectual actualizadas, propias de las habilidades duras, sino también de las habilidades emocionales que las complementan (Ramírez, 2013). Y para llegar a ellas, es vital que el profesorado tenga a su vez, una preparación integral (Ramírez y Manjarrez, 2022). Según Ramírez (2013), estas habilidades son sencillas de enseñar a los jóvenes cuando el docente también las tiene incorporadas en su perfil y las aplica mediante estrategias y herramientas como los proyectos ABP u otras diferentes. Sin embargo, actualmente los distintos ciclos formativos de Formación Profesional desarrollan en gran medida las denominadas competencias profesionales, quedando de forma casi residual, el adiestramiento en habilidades blandas, cuando en realidad vivimos en un contexto cambiante y volátil, donde existe la necesidad de construir un aprendizaje significativo más centrado en las competencias personales y emocionales, que participe en un diálogo constante con las necesidades del mercado de trabajo (Crespo, 2021). Las habilidades para impulsar el espíritu emprendedor y las actitudes para la formación continua son complementos necesarios en el contexto económico actual (Araya-Fernández y Garita-González, 2020). Esto es importante, porque, acorde a Crespo (2021), el alumnado tiene un
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