RDD-N31-Septiembre-2023

24 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 31 - SEPTIEMBRE 2023 A pesar de sus gamberradas y su deseo por “atormentar” a los humanos con los que conviven mediante diversas trastadas, los duendes parece que no terminan de encajar dentro del catálogo de asustaniños oficiales, tan sólo coinciden azarosamente muchas de sus cualidades con las características de los auténticos acosadores de niños. En la misma línea, por cierto, podríamos situar a las brujas que, si son analizadas rigurosamente, no pueden formar parte de este amplio espectro de asustachicos, aunque tengan todos los dones para serlo. Las brujas han sido injustamente consideradas a lo largo de la literatura y cultura popular como entes malignos, causantes de desagracias, servidoras de Satán y culpables de enfermedades, malas cosechas y desaparición de niños. A pesar de este currículum, no pueden tampoco ser asustadoras como tal, lo que no quita que su figura se pueda emplear a tales efectos, aparte de que algunas representantes del gremio hayan hecho méritos para lograrse un hueco en el ranking de las brujas más pirujas. Y es que existe una amplia tradición de fábulas sobre brujas españolas que desde antaño se han ido ocupando por entrar en las cocinas de las casas, beberse el vino de las despensas, adentrarse por las cerraduras de las viviendas en forma de puntitos de luz y cambiar de sitio a los bebés recién nacidos (Espino, 2019). Es este último hecho el que las puede, quizá, relacionar con su capacidad de asustar a cualquiera que se precie, ya que son expertas en el despiste y disfrutan sobremanera sacando a los bebés de sus cunas y abandonándolos en otros lugares muy dispares y de difícil acceso, causando verdadera congoja a los desconcertados padres. La confusión se torna indescriptible cuando el pequeño sigue oculto durante días y todos los malos presagios se ciernen sobre la desolada familia. Si pensamos en esas brujas que citábamos que se han esforzado por mantener su estatus y ser auténticas asustadoras no podemos sino recordar a la más celebre: Baba Yaga. Baba Yaga es una bruja procedente de los países eslavos que ha quedado equiparada a un coco femenino. Su aspecto es muy pintoresco, destacando sus cabellos enmarañados, sus ropas andrajosas, la nariz de pico de pájaro hecha de hierro y el cuerpo repleto de pellejos. Aunque lo que más la identifica es la olla con la que puede surcar el cielo y su casa con patas de gallina. En nuestras tierras, la más famosa es la Bruja Coruja, bruja tipificada que, aunque podríamos seguirle los pasos hasta dar con una persona real, con el paso del tiempo se ha convertido en un ser indeterminado al que cada cual, según le haya venido en gana para contar su historia, va colocando distintos atributos y dotándola de una forma grotesca para servir de advertencia a los niños díscolos. Como vemos, salvo contadas excepciones, duendes y brujas son sustancialmente distintos a los asustaniños de manual. Su análisis y consideración darían para cuantiosos estudios, mas desde aquí solamente se ha pretendido apuntar su existencia y encontrar los parecidos, arraigados en los sentimientos más temerosos, que puedan tener con aquellos otros seres folclóricos con los que comparten escena en el imaginario colectivo. Igual que ellos, brujas y duendes merecen nuestra atención y deferencia. Educación y folclore Creemos que el amor es el sentimiento más universal, y lo que verdaderamente abunda en el universo es el miedo. Tanto que, desde el primero de nuestros aprendizajes, el miedo ha estado presente, ayudándonos a comprender el mundo y asimilar sus reglas, pues de otro modo hubiéramos podido caer en la temeridad y en la falta de cautela. Sin embargo, no podemos analizar el miedo exclusivamente desde paradigmas perniciosos ya que en el fondo de nuestro entendimiento le reconocemos su infinita sabiduría, así como la falta que nos hace. No es preciso vincular este sentimiento, a priori negativo, sólo con castigos físicos, duras represalias y amenazas terribles, ni desde aquí hemos excusado la instauración de una educación dirigida por una rígida disciplina que mediante el flagellum del miedo más atávico quiera someter las voluntades infantiles. De eso nada. Se trata, simplemente, de admitir que existe lo tenebroso, lo maligno y lo perjudicial, a la vez que asumimos igualmente la bondad, el amor y la luz. Lo que no podemos consentir es dulcificar la infancia y su mundo intentando, torpemente, que los niños crezcan en la ignorancia y la ingenuidad perpetuas. No se trata de educar a base de miedo, de lo que se trata es de educar desde el respeto. El respeto hacia el mayor, hacia las tradiciones y hacia lo desconocido. Educar, ante todo, en la fascinación hacia lo mágico y todo lo que somos: una maravillosa mezcolanza de historia, leyendas, mitos, refranes… que no podemos desdeñar porque, sencillamente, sin todo ello, no seríamos como somos, le pese a quien le pese. Y en esta miscelánea existen seres malignos, tragaldabas y otros entes infames que, reconociéndolos como lo que son, algo en parte irreal, en parte esencial, pertenecen a ese legado que hemos de preservar y no despreciar. En este reconocimiento veremos, además, cómo estos personajillos han ido en desarrollo con las normas y costumbres de cada época, lo que explica que sus niveles de ferocidad y el número de veces que han entrado en escena haya ido fluctuando con el paso de los siglos, pues la filosofía del miedo ha sido distinta en cada época y en el presente no podemos pretender ser jueces de los modus operandi del pasado. Hace ya mucho que los adultos perdimos el miedo de encontrarnos con algunas de estas inquietantes figuras arquetípicas que, como buenos profesionales del oficio que son, bien pueden seguir haciendo su trabajo y asustar a mayores y pequeños. Hoy nos parecen seres denostados, a ve-

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY1NTA=