53 ISSNe 2445-365X | Depósito Legal AB 199-2016 Nº 28 - DICIEMBRE 2022 razón como articulación mediante la cual acercarse a la realidad, de cualquier tipo, incidiendo así en un error de la lógica didáctica más elemental: pretender usar una misma metodología para fines muy distintos entre sí. La razón es útil en tanto que pueda aplicarse a aquellos planos que se presten a ella, y así de útil ha de seguir siendo para que la formación desde la escuela otorgue el tratamiento de la misma como valor esencial. No obstante, como decimos, resulta en ocasiones un mecanismo inválido para adentrarse en dimensiones o niveles de conocimiento elevados. Para estos casos es preciso recurrir a la intuición como palanca intelectual que nos acerque a lo que está más allá de lo manifestado, pues es en lo metafísico donde se encriptan las claves que estamos persiguiendo en la formación de la conciencia espiritual como soporte de una humanidad más próspera; en definitiva, utópica. La razón no siempre es efectiva, y eso es algo que de entrada cualquier docente puede determinar: no se le puede exigir a un alumno que se acerque de la misma forma a la resolución de un problema de química que a la comprensión del significado de una obra pictórica de corte abstracto. Cada medio de expresión y cada estadio de la realidad reclama un acercamiento propio, por lo que, en ocasiones, la razón no termina de llegar allí donde se le necesita. Instruir en la intuición no es algo fácil, evidentemente, y no es objeto de estas líneas entrar en consideraciones más propias de otros campos tales como la filosofía perenne o la Tradición universal; más bien, es esbozar unas rápidas pinceladas sobre otros posibles modos de considerar el acto educativo desde un prisma pedagógico abierto a otros modos de ser para esta época marcada por crisis axiológicas casi permanentemente, tratando de reconectar al alumno con aquél hombre que en su día fue, preocupado y fascinado por elementos de más fuerza y potencia que las banalidades actuales. Como venimos recalcando, el rumbo que las políticas educativas están llevando en las últimas décadas se enfoca en demasía hacia la definición de las competencias a alcanzar al finalizar la enseñanza básica en términos de desempeño. Desempeños compuestos por un compendio de facultades que deben amoldarse a según qué circunstancias y en función de en qué tareas se apliquen para que sean útiles tanto en el contexto escolar como fuera de él, y que ponen el acento, siempre, en el medio o entorno en donde se mueva el alumno, más que en todo aquello que afecta al propio alumno en sí; porque éste debe estar preparado para resolver conflictos, enfrentarse a retos y solucionar problemas, sumido en un constante aprendizaje de carácter permanente y progresivo a lo largo de toda la vida. Sin embargo, en este cambio que ha experimentado la educación desde un prisma tradicional y estático hasta un punto de vista dinámico no ha tenido en cuenta el desarrollo personal del sujeto que aprende, máxima ahora de otra clase de arquetipos desde donde se está comenzando a contemplar el proceso de aprendizaje, como es el caso de la neuroeducación. Ahora sabemos, gracias al avance del conocimiento científico que ha puesto de manifiesto cómo aprende el cerebro humano, que un determinado concepto es más fácil de asimilar si se conecta o genera determinadas emociones en el momento de aprenderlo (Morales, 2015), de tal manera que lo que mejor se aprende es aquello que se ama (Mora, 2013), evidenciando que la sorpresa es uno de los componentes que más y mejor ayudan al cerebro a aprender y, posteriormente, a recordar (Ballarini, 2017). Estas evidencias científicas podrían ser respaldo más que suficiente para que, además de por todo lo comentado hasta este punto, se tuviera más en cuenta la dimensión sensitiva, emocional y espiritual de los estudiantes, siendo estos fundamentos el pilar en donde se debieran amparar las propuestas incluidas en los diseños curriculares de enseñanzas mínimas de nuestro país, y no en la ya tan manida educación en valores o las sobrevaloradas competencias emocionales, argumentos que responden más a la repetición del mismo discurso omnipresente en todos los ámbitos desde donde la política ejerce su influencia que a una verdadera comprensión de las implicaciones de los mismos. En la misma línea de la neurodidáctica, desde donde se puede tomar partido para la reconexión con aprendizajes más fructuosos, encontramos para fundamentar estas conclusiones, como decíamos anteriormente, Figura 4. Ouróboros, de Lucas Jennis, 1625 (extraído de Wikipedia)
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