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Educar la Inteligencia Emocional

Adquisición de herramientas necesarias para la vida

Resumen: En el proceso de enseñanza-aprendizaje se generan múltiples emociones que pueden favorecerlo o entorpecerlo. La enseñanza de la gestión de las emociones y la preocupación por la Inteligencia Emocional debe ser una parte relevante en la formación de los alumnos desde edades tempranas y, por ende, los centros educativos han de implantar planes específicos sobre Inteligencia Emocional.

Palabras clave: Inteligencia Emocional; Educación Emocional; Proceso de enseñanza-aprendizaje; Emoción; Inteligencia; Razón.

Abstract: Multiple emotions arise on the teaching-learning process, which may favour or hinder its eventual success. Teaching emotional management and an understanding of emotional intelligence must be a relevant aspect on the student’s education from a very early age and, in consequence, schools must implement specific plans for emotional intelligence teaching in the classroom.

Keywords: Emotional intelligence; Emotional education; Teaching-learning process; Emotion; Intelligence; Reason.

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EDUCAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Inteligencia y razón

Durante años se ha intentado demostrar que la persona está condicionada por su inteligencia. A finales del siglo XIX los científicos Paul Broca y Sir Francis Galton ya pensaron en calcular la inteligencia midiendo el tamaño del cráneo de los humanos (Ibáñez, 2009), teniendo en cuenta que cuanto mayor fuera su tamaño, más lista sería la persona.  El interés por averiguar ese nivel intelectual comenzó a hacerse más evidente a partir del siglo XX, a raíz de que el psicólogo alemán William Stern introdujera el término de coeficiente intelectual en 1912. Años más tarde, otro psicólogo, Lewis Terman, puso esta escala en práctica usando test de inteligencia en centros escolares de Estados Unidos. A partir de entonces, estas pruebas se usaron en universidades y centros de todo el mundo con la intención de poder identificar a los niños muy inteligentes y, del mismo modo, a aquellos que se consideraba que debían permanecer en centros de educación especial. De hecho, este método de selección cobró tanta importancia que incluso fue usado para el reclutamiento de soldados durante la primera guerra mundial.

Varias inteligencias

En 1983, el psicólogo Howard Gardner planteó una teoría con la que se empezó a considerar la existencia de no sólo una única inteligencia, sino de diferentes inteligencias. Esta fue la conocida teoría de las Inteligencias Múltiples.

Este autor planteó la posibilidad de la existencia de varias inteligencias que actúan a la vez en cada persona, por lo que no puede medirse cuantitativamente lo inteligente que es alguien.

Gardner distingue ocho categorías de inteligencia:

  • Inteligencia cinético-corporal
  • Inteligencia lógico-matemática
  • Inteligencia lingüística
  • Inteligencia musical
  • Inteligencia visual-espacial
  • Inteligencia naturalista
  • Inteligencia interpersonal
  • Inteligencia intrapersonal

Entre sus tipos, Gardner no incluye la inteligencia emocional como tal, pero sí dos tipos de inteligencia que, en conjunto, pueden acercarse a ella: la interpersonal y la intrapersonal.

Gracias a este autor se pudo comenzar a ver que en el ser humano existe algo más allá de la mera capacidad racional, ya que también está presente un factor emocional importante (Gardner, 1995).

Educar la Inteligencia Emocional

Inteligencia y emoción

En 1995 el psicólogo estadounidense Daniel Goleman adquirió fama mundial con la publicación de su obra Inteligencia Emocional, que popularizó dicho concepto.

Cuando Goleman habla de la inteligencia emocional lo hace sobre cómo gestionar el mundo interno de cada uno, y sobre cómo pueden manejarse las emociones propias y ajenas.

Goleman fue pionero en afirmar que es importante crear un espacio en el currículum escolar con el que los niños puedan aprender las habilidades emocionales, pues es una parte imprescindible para el desarrollo personal total (Goleman, 2008).

La Inteligencia Emocional es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos. (Goleman, 1995).

Pero, los verdaderos primeros acercamientos al término de inteligencia emocional se remontan a la Grecia clásica, pues se establecían relaciones entre la búsqueda del bienestar y la felicidad. Incluso, ya se afirmaba que la disposición emocional del alumno determinaba la capacidad de éste para aprender (Platón, 387 a.C.).

A partir del siglo XIX podemos decir que comienzan los verdaderos orígenes científicos de la inteligencia emocional, planteando que los seres humanos han desarrollado el manejo de las emociones con el objetivo de prepararse para la acción, especialmente bajo situaciones de peligro (Darwin, 1859), pero no fue hasta el pleno siglo XX que se retomó el estudio sobre la importancia de las emociones en el desarrollo intelectual. En este sentido, cabe destacar el trabajo de Thorndike quien, en 1920, se convertiría en el precursor de la inteligencia social, definida como la habilidad para entender y manejar a los hombres, mujeres, muchachos y para actuar sabiamente en las relaciones humanas.

Esta definición ya estaba relacionada con la inteligencia emocional, pero incluso el propio Thorndike admitía que existían pocas pruebas de su presencia.

Posteriormente, la corriente del conductismo, dirigida por Watson y años más tarde por Skinner, redujo el análisis del comportamiento humano a respuestas medibles y observables (Watson, 1976).

Debido, en gran parte, por la influencia de los estudios previos de Pávlov sobre las conductas reflejas, el conductismo comenzó a entender la conducta humana como un conjunto de respuestas fisiológicas condicionadas por el entorno, por lo que el individuo se veía como un elemento pasivo y mecánico.

Años más tarde, el cognitivismo surgió con gran fuerza, rompiendo con lo anterior y defendiendo que las personas actúan en base a sus actitudes, deseos y creencias, por lo que se otorgó más protagonismo a la motivación y la capacidad de decidir del ser humano.

Finalmente, en la década de los 90, el interés por las emociones creció notablemente gracias a Salovey y Mayer. Estos autores definieron por primera vez el concepto de inteligencia emocional entendiéndola como una habilidad para razonar sobre las emociones (Mayer y Salovey, 1993).

Autores y definiciones

Garder (1995) distingue, entre los diferentes tipos de inteligencia, la inteligencia intrapersonal y la interpersonal, ambas cercanas a la inteligencia emocional.

Entiende la inteligencia interpersonal como la capacidad de relacionarse de forma adecuada con los demás, entendiendo y empatizando su comportamiento. Por otro lado, la inteligencia intrapersonal es aquella con la se reconocen los propios sentimientos y estados emocionales, permitiendo conocerse mediante el autoanálisis.

Aunque originalmente no atendió a la inteligencia emocional como tal, más tarde la reformuló definiéndola como el potencial biopsicológico para procesar información que puede generarse en el contexto cultural para resolver los problemas o crear productos de valor en una cultura.

Mayer y Salovey (1990) definieron la inteligencia como un subconjunto de la inteligencia social que implica la habilidad de reconocer los sentimientos y las emociones tanto propios como ajenos, discriminar entre ellos y usar esa información para orientar el pensamiento y las acciones.

Años más tarde la redifinieron como la habilidad para percibir las emociones, acceder a ellas y generar estados emocionales que ayuden al pensamiento a entender las emociones y promover el crecimiento emocional e intelectual.

Goleman (1999), como ya hemos comentado, entendió la inteligencia emocional como el conjunto de destrezas, actitudes, habilidades y competencias presentes en un individuo, que determinan su conducta, sus reacciones, estados mentales, etc., haciendo referencia, concretamente, a la capacidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones. Años más tarde reformuló su propia definición y perfiló que la inteligencia emocional es la capacidad para reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, para motivarse y gestionar la emocionalidad en nosotros mismos y en las relaciones interpersonales.

Otros investigadores, reconocidos por su implicación con el estudio de las emociones en los años 90, son Cooper y Sawaf que definen en 1998 la inteligencia emocional como la capacidad de sentir, entender y aplicar eficazmente el poder y la agudeza de las emociones como fuente de energía humana, información, conexión e influencia. Para ellos era esencial reconocer y entender los sentimientos en los demás y en nosotros mismos (Cooper y Sawaf, 1997).

Desde otra perspectiva, Abe e Izard (1999) expusieron que las emociones pueden estimular los avances cognitivos de muy diversas formas, por ejemplo, incrementando la implicación de los padres en la interacción con sus hijos a través de las expresiones emocionales de éstos. Consideraron que se pueden determinar los hitos evolutivos fundamentales a nivel emocional y cognitivo, y comprobar la influencia recíproca entre ambos sistemas (Abe e Izard, 1999).

Una de las definiciones más recientes es la aportada por Robert J. Sternberg, psicólogo interesado en el desarrollo emocional que ha pasado a considerar este tipo de inteligencia con el concepto de inteligencia exitosa.

La inteligencia exitosa es el tipo de inteligencia que se emplea para conseguir objetivos importantes. La gente que tiene éxito, ya sea según sus patrones personales, ya según los de los demás, son los que han conseguido adquirir, desarrollar y aplicar todo un abanico de posibilidades intelectuales, más que los que se apoyan meramente en la inteligencia inerte, tan apreciada en las escuelas. Estos individuos pueden o no tener éxito en los test convencionales, pero tienen algo en común, y algo mucho más importante que elevados rendimientos en los test: conocen sus virtudes y conocen sus debilidades; capitalizan sus virtudes y compensan o corrigen sus debilidades. Eso es todo. (Sternberg, 1997).

El modelo de Goleman

Para explicar la propuesta del modelo de Goleman es necesario entender, primeramente, que para él existen dos aspectos fundamentales en los que está basada toda su teoría: la empatía, o capacidad para interpretar los sentimientos ajenos, y las habilidades sociales que permiten manejar diestramente estos sentimientos. (Goleman, 1999).

Se trata de un modelo principalmente práctico, en el que se exponen cinco componentes que Goleman considera que forman la inteligencia emocional. El desarrollo de los mismos depende únicamente de cada persona.

Dichos componentes son los siguientes:

  • Autonocimiento: Se trata de la conciencia emocional personal, que incluye una autoevaluación precisa, así como la confianza en uno mismo.
  • Autorregulación: El autocontrol, la confiabilidad, la escrupolosidad, la adaptabilidad y la innovación forman las bases de este componente.
  • Motivación: La emoción tiende a impulsar a la acción, por eso encaminar esa motivación hacia lograr objetivos es fundamental. Dentro de este apartado se incluirían el afán de triunfo, el compromiso, la iniciativa y el optimismo.
  • Empatía: El reconocer las emociones de los demás, comprendiendo qué es lo que sienten, ayuda a desarrollar las relaciones con los otros. Para ello es necesario el conocimiento previo de las propias.
  • Habilidades sociales: El arte de establecer relaciones sociales positivas con los demás viene dado de la mano de manejar las emociones. Esa competencia social es la base para tener influencia sobre los otros, así como para desarrollar liderazgo y habilidades de equipo. Para ello hay que saber comunicarse de forma positiva, manejar los conflictos, ser catalizador de cambio y establecer vínculos duraderos.

La educación emocional

Como afirma Bisquerra (2000), la educación emocional es un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de capacitar al alumno para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social.

Es, por lo tanto, una educación permanente para la vida relacionada con muchos aspectos, como pueden ser la emoción, la neurociencia, las inteligencias múltiples, la psiconeuroinmunología, las habilidades sociales y la educación para la salud. (Bisquerra, 2000).

Siguiendo el modelo de Bisquerra (2000), los objetivos generales de la educación emocional pueden resumirse en:

  • adquirir un mejor conocimiento de las propias emociones,
  • identificar las emociones de los demás,
  • desarrollar la habilidad de controlar las propias emociones,
  • prevenir los efectos perjudiciales de las emociones negativas,
  • desarrollar la habilidad para generar emociones positivas,
  • desarrollar la habilidad de automotivarse,
  • adoptar una actitud positiva ante la vida.

La educación emocional, aplicada desde la escolarización en Educación Infantil desde los tres años, puede ser una forma de prevención contra la vulnerabilidad de la persona a determinadas perturbaciones, como son la agresividad o la depresión.

La educación emocional sigue una metodología fundamentalmente práctica ya que, aunque haya contenidos teóricos como es el marco conceptual de las emociones, el objetivo principal es favorecer el desarrollo de competencias emocionales.

La ciencia está corroborando que las personas no son reflejo de su estructura cerebral y configuración genética, sino que el comportamiento de cada ser humano es el resultado de su experiencia emocional y personal. Hoy en día se conoce la importancia de poder aplicar el aprendizaje social y emocional en los centros educativos, incidiendo en la estructura emocional, pero se deben incluir de forma concreta y precisa dentro del currículo las habilidades relacionadas con la inteligencia emocional, para así comenzar a encarar el gran desafío de introducir el aprendizaje social y emocional en todos los ámbitos de la sociedad.

El rol del maestro incluye la tarea de aplicar el aprendizaje emocional, identificando y descubriendo las nuevas actitudes necesarias para que los estudiantes se conozcan a sí mismos y puedan potenciar sus capacidades.

El maestro tiene que gestionar la diversidad impresionante del mundo globalizado, y para ello hay que aprender a gestionar lo que tienen en común todos los individuos tan distintos: las emociones individuales (Punset, 2010).

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